Dulcinea se
suicidó y el Quijote aun la busca en el fondo de esa botella de oporto.
Independientemente de su función como ser humano intermitente, era de ser la
luz de mis días. –dijo-.
Mira si de pronto, amanezco y no tengo corazón, y no siento y no extraño y no sufro. Y así de repente ganas tú, y alguien es feliz...
Como quisiera escalar por tus piernas, leer el secreto que tu falda
esconde en jeroglíficos, ese que solo mis manos saben interpretar. Esos molinos
de viento que saben rascar la panza de la pasión que se apaga.
Dándome clases
de poesía, pero sin labios que besar son meras palabras al azar.
Y de alguna
manera, estas, pero no estas.
¿Me hubiera reído suavemente y maldecido vehemente al paso de lo incierto que siempre fue amigo, hasta que me guardo el secreto, del por qué? Un afear con la ausente, un verdadero drama en la tragedia más convencional de la escritura y una sonrisa que borra los desatinos...
Este Kismet del
que soy presa y partenaire con el deseo de regreso. Lo sé, es difícil penetrar
en ese corazón que alberga el amor y el odio sin diferenciar uno del otro. Pero
somos parecidos conocemos el dolor. Heraldos del antagonismo, una sonrisa por
cada copa y un molino de viento por cada adiós.
Y están las cenizas, las cenizas que de mi quedaron prueba irrefutable del fuego que dictaba el azar de mi corazón.
Cenizas de creación...
Dulcinea se
suicidó y el Quijote aun la busca en el fondo de esa botella de oporto. Independientemente
de su función como ser humano intermitente, era de ser la luz de mis días.
–dijo-.
Mira si de pronto, amanezco y no tengo corazón, y no siento y no extraño y no sufro.
Y así de repente
ganas tú, y alguien es feliz.