Le vio a la lejanía, creyó reconocerle de inmediato,
camino sobrio y presuroso a su encuentro, a escasos metros, supo de inmediato
que era el, ese con el que nunca quiso encontrarse y sin embargo había estado
preparándose tanto tiempo para su encuentro. Apretó el cuchillo fuertemente con
la mano sudada.
El filo de metal brillante, le recordó
los días tibios y tranquilos que había perdido, el viento suave que acariciaba
en un momento su vida entera, rememoro la vida toda que había dejado atrás por
decisión ajena, y no contuvo más la calma, acelero el paso, le vio el rostro,
los ojos… tan cerca, tan lejos.
Se supo listo, inmisericorde, cobarde y valiente
cualesquiera que sean sus expresiones y definiciones, se encontró ahí, justo
frente a la figura que andaba despreocupado, creyendo ser, como en su momento
también lo pensó y aseguro. Apretó el cuchillo fuertemente con la mano sudada.
Del otro lado de la acera los viandantes, transitaban
ajenos… sombríos presurosos, sin rostro hacia ningún lugar en medio de la nada
que todos llaman ciudad.
Extendió su mano, la vacía, la sintió hormiguear. No
tenía duda alguna, tenía más bien prisa y necesidad. Miedo y vanidad mezclada. Se incorporó dolorido de las articulaciones
cansadas de llorar, de su espalda aturdida por el stress, de incorporo del
súbito ahogo desconsolado, y entre la multitud se sintió abandonado, como si el
mundo estuviera vacío, vacío como su interior, como su memoria ya fallida de
tanto pensar.
Solo estaba el, y la otra figura, esa que hacia
apretar el cuchillo fuertemente, tan fuerte que la mano le sudaba.
Una visión de una historia perfecta se
proyectó en su mente, tenía el pelo revuelto como quien acaba de levantarse,
tenía una suerte endiablada, se irguió como si un rayo lo hubiese golpeado,
despertó del trance. Se froto los parpados, engullo con la faringe saliva.
Sintió los labios fríos, los apretó, mordió con fuerza
para saber que no estaba soñando, ahora sus pensamientos le resultaban ajenos y
extraños, pero el dolor no disminuía en nada. Había más claridad que duda. Pero
el trayecto hacia la figura se hacía interminable y agotador, como si la Muerte
ya lo estuviera seduciendo. No había medida que abarcara su encuentro.
Escucho las monedas en su bolsillo, el peso de su
teléfono móvil, el humo de los vehículos viejos, la pestilencia de esta ciudad
insomne, la sangre corriendo a prisa en su interior, el ruido mudo que
ensordece y que nadie parece escuchar.
Sintió el tacto húmedo de su propia
humanidad, recordó de nuevo lo perdido, lo robado… lo inventado y codiciado.
Las lágrimas que un día cayeron por su rostro, el silencio que acompaña la
noche, y la noche que cuando quiere es mala ramera.
Camino sobrio y presuroso a su encuentro, ya estaba
frente a la figura, supo de inmediato que era el, ese con el que nunca quiso
encontrarse y sin embargo había estado preparándose tanto tiempo para su
encuentro. Apretó el cuchillo fuertemente con la mano sudada… Tras la
trifulca colectiva, y el ímpetu general de la osadía compartida, sucedió el
silencio. La habitación estaba vacía, y la sangre en el suelo, como premonición
de un futuro no muy lejano, hizo de manifiesto que mañana alguien faltaría.
No había otro fin predecible.