jueves, 26 de enero de 2023

El hombre sentado en la Luna fumaba

 

El hombre sentado en la Luna fumaba su cigarrillo inclemente, sin ver para atrás sabía que el pasado seguía ahí rondando su sombra, que el humo tenía ojos y el viento tenía oídos que llamaban a gritos un nombre. El relente empapaba de a poco el ánima que le acompaña, no dice nada, nadie le llama. Hay cierta complicidad en el silencio, los espejos saben mucho de eso. 

Menguan las estrellas, el horizonte, el fractal del universo que sus miopes ojos intentan alcanzar y no pueden.

Otro cigarrillo más aún no sale el Sol y la tierra está muy lejos desde la Luna.

Cómo el tiempo que queda atrapado en sonidos e imágenes, cómo las distorsiona igual la mente, el pequeño olvidó, pero están ahí, ingrávidas e incorruptibles; haciendo bien o haciendo mal. Aquella mañana, estaba sentado fumando en la Luna. Y el sol brillaba, aunque el viento estaba un poco frío.

Se rasca con la manga de la sudadera la barba de dos días, el fato de soledad, el guiño de los años.  El hombre sentado en la Luna fuma su cigarrillo eterno, quería cambiar, recomponer, redireccionar, transmutar, redimir el mundo que hoy desde la Luna observa.

Parecía que había olvidado su descreo en los mesías. El tornado en su cabeza, de vez en cuando se cansa y deja ese silencio incomodo que le deja hacer planes para el futuro.

A veces dibuja letras en la clara oscuridad de la noche. A veces esa tinta invisible le tiñe los ojos y todo es tan claro de nuevo. Pero ahí está, renace siempre. El conticinio recalcitrante del olvido mal habido, y es, cómo siempre es, una sátira aterradora.

El hombre sentado en la Luna pensaba: de verdad ha pasado tanto tiempo, tantas letras, tanta distancia, tanta gente y silencio; de verdad se fue la vida soñando regresos y llorando partidas. Porque me parece fue un suspiro y, aun así, se me agotan los segundos de esta efímera queja, en este cigarrillo que no acaba.

Pero el cigarrillo se había apagado ya tiempo atrás.