lunes, 20 de febrero de 2023

Insomnios duermevelas


La sartén reclamaba un cese al fuego, había cena, había vino y había hábito. Complicidad de elementos extraños, en una tosca buhardilla para enamorados, pero el amor como el sartén se estaba quemando.

El teléfono gorjeaba cómo un ave minúscula, era el santo y seña, de que aquella voz maravillosa que iluminaria mi día.

Y por las ganas y para congoja de los psiquiatras, y por pura gana de joder y joderse, avivaba la llama que le consumía, por egoísta y mezquino, o quizás por misericordioso, pero funcionaba y en plena caída, por mérito propio podía volar. De cuántas tardes lluviosas estará hecho el destino, es extraño, nunca lo averigüé. Olvide primero el seguir recordando. Solo muy de vez en cuando se enciende la llamita de la curiosidad. Solo olvido en defensa propia. 

Y solo recuerdo en estado de emoción violenta, Luna, Luna Llena, marea inconstante, socavón sube y baja de la sangre, vaivén del deseo, pairos y derivas del corazón, memoria recurrente, insomnios duermevelas, aún trastornas todo en mí.

La voz en esa vieja grabación suena tan distinta.

¿Miente el tiempo?

¿Miente la memoria?

O quizás,

¿Mentía la persona...?

No, no, soy Yo quien se engaña así mismo cada que la oye. Hay lugares donde uno quisiera ir desentrañar (con personas del pasado) para que el presente tuviese sentido.

Pero la paradoja es obvia y así se destruyen universos.

Cómo bien dijo un día Annie Ernaux, parafraseándola sin su permiso: “estaba yo ahí siempre imaginando la repetición del ayer, queriendo que el pasado fuese el presente”.

La sartén reclamaba un cese al fuego, había cena, había vino y había hábito.