Caminaba en la oscuridad a tientas, sin hacer
ruido. Se golpeó el dedo meñique con la mesa de centro, le dolió profundamente,
pero no emitió sonido alguno, no quería despertarle, el sueño es sagrado dijo
para sí mismo, pero el dolor era un carajo soportarlo.
Prosiguió en la penumbra, dando tumbos y
saltitos, como roedor en cocina. Solo quería llegar a la cama, tumbarse a su
lado, sentir su aroma. Perderse en pensamientos. Con eso bastaba. Con eso era
más que suficiente en ese momento.
Porque hay tantas cosas en el
pasillo pensó. Cosas nuevas que no debían estar ahí. Le entorpecían el trayecto
de la puerta a la alcoba. Le hacían eterno el corto trecho entre su descanso y
su cansancio.
Quizás vaya antes al lavabo, pensó, pero tuvo
miedo de verse en al espejo del servicio así que siguió de largo.
Ya casi, ya casi se decía para sus adentros.
Necesitaba tanto aquella cama, aquella figura, aquella respiración, aquel
descanso.
Giro, lentamente el picaporte de la habitación,
sintió el tibio palpitar de aquella persona durmiente, fue una sensación
reconfortante. Única y peligrosa.
Sonrió. Sonrió complacido.
Tres o cuatro pasos más hacia la cama, más
cerca, más real aquella silueta en la sombra.
Dos pasos, un paso…
Caminaba en la oscuridad a tientas, sin hacer
ruido. Se tumbó al lado de su ideal. Aguardo la respiración como queriendo
detener el tiempo. Cerró los ojos.
A la mañana siguiente, una mujer
abrió los ojos con el primer trinar del amanecer. Sonrió.
Soñé con él de nuevo dijo, soñé que me veía
dormir.
Extendió la cama vacía sin ella, debía
continuar un día más, sola… desde que él había cruzado el umbral donde termina
la vida.