jueves, 8 de mayo de 2014

Me habia suicidado

Cuando desperté esa mañana lo comprendí por completo, me había suicidado. Pero no me mal entienda usted. No había acabado con mi existencia; no del todo.
Había matado solamente algunas cosas. Importantes por cierto, pero desconocía su importancia hasta esa mañana en que descubrí que me había suicidado.

Soy de esos tipos existencialistas, atormentados por sus paradigmas. Ahogado en libros, en vino y enamorado del amor peyorativo. Por eso me pareció sensato el suicidio. Por ejemplo puedo decir que murió la mirada tenaz que me acompañaba en los atardeceres rojo-naranja del verano, o que había muerto el gusto estético por lo brillante.
Puedo decir a ciencia cierta que había desaparecido de mí, había muerto, entiéndase el rubor placentero de un beso previo a dormir o la tasa de té de manzanilla para el dolor, se había suicidado el pan tostado con bleu cheese en el horno, había desaparecido la canción aquella que no me aburría nunca aunque sonaba de día y de noche.

Se había suicidado el amor en la cama. Había muerto el hola. Es factible, incluso razonable pensar. Yo sé. Hay algo insoportable en el azar. Si, lo entendía a la perfección me había suicidado y ciertas ganas de encontrar un rostro, o el impulso de abrir la ventana ya no estaban. Me hacían falta maullidos de gatos perdidos y ventiscas de playa solitaria. Era lógico, al morir Yo, al suicidarme Yo en esa parte, el apasionamiento por la espera y la constante profanación de lo cotidiano se habían extraviado de mi atuendo, de mis colores faltaban algunos cuantos, de mis sonidos solo los de gratitud, de mis miradas furtivas las más amables, de mis labios el calor de un beso verdadero.

Un susurro.
Una vela, un libro que quise regalar, una canción algo desesperada.

Claro, se habían suicidado y Yo con ellos, tantos momentos...

Unos ojos, unos labios, la poesía comprometida, un Te Amo, había luto en todo mi Universo ahora a medias. Tuve melancolía por un mínimo instante pero recordé que entre la hecatombe, el arrepentimiento también yacía junto a la corbata azul de su fiesta. Junto al saco negro de compañía, junto a la camisa de regalo que me dio un día. Si de verdad créame, había muerto, lo intuía en mi ahora media humanidad, era un suicida en mis escuetos intentos por narrarlo como siempre lo hubiese hecho, faltaban las ganas de la guitarra, la retórica y las pláticas de alcoba, no halle la mano a que sujetarme y su consecuente deseo de no soltarle nunca.

Cuando desperté esa mañana lo comprendí por completo, me había suicidado. Pero no me mal entienda usted. No había acabado con mi existencia; no, no del todo. Había matado solamente algunas cosas.

Estas libre de mis cadenas, estoy ya náufrago tras tu tormenta. Somos al fin libres. No como quisimos un día; pero libres al fin... Ahora solo quedaba este Yo, este Yo a medias, el que en días vivos y brillantes era totalmente suyo.


Me había Suicidado.

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