Exhalo el humo y lo veo alejarse. Se llama soledad. La conozco bien, cada que intento acercarme a ti, y descubro lo lejos que estas. Que no puedes volver, que no vuelves a mí. Y aunque muchas veces, sentí apagarse mi corazón, se con certeza que no es así, que cada mañana la sístole aviva la diástole y tu nombre se me repite, me reclama por el frio, por la carencia y entiendo que no se apagara, que tendré que vivir muriendo con esa sensación otro día, otra semana, otro mes, otro año... sabiendo que la mitad de todo lo que soy esta allá lejos donde mis sentimientos no te pueden alcanzar.
Hay extraños en este mundo. Que se conocen aún más y mejor que algunos parientes. Existen seres que un día, o una noche o una madrugada pintaban palabras sobre la piel uno del otro.
Las cartas de amor antiguas y flojas,
La última noche de aquel noviembre,
fresca y despejada, solitaria y silenciosa...
Cómo siempre ha sido y será.
Y si fuéramos otra vez, aquellos dos extraños, desconocidos que se enamoraban de a poquito cada vez que se veían y sonreían pícaramente, sabiéndose parte de un plan más grande que el cielo.
¿Te acuerdas cuando éramos
cómplices, un chico y una chica viéndose sonreír?
¿Recuerdas las cartas de amor antiguas?