lunes, 25 de octubre de 2010

En el Tren (y una Mujer Que No Conozco)

Camina el tren, primero despacio luego toma velocidad, se desplaza, ahora va rápido pero el horizonte con sus lejanas montañas se ven lentas en su recorrido hacia lo desconocido, la mente me hace volar por llanuras y planicies semidesérticas como paisajes del sur, con picos nevados y quebradas de hierba mediana con arboles regados en conjuntos por aquí y por allá con su naturaleza viva, llena en bastedad y aire. Viento que sopla insinuando hielo en la lejanía de un sitio que no veo, que no conozco pero que ansió llegar como si antes del todo ya hubiese estado ahí y este lugar me llamara en secreto a voces en mi interior.

El vagón es cómodo, de butacas dobles con respaldos altos y de acabados antiguos elegantes, somos pocos los viajantes en aquel tren hacia lo incierto, tal vez hacia el futuro que nos volverá historia inevitablemente.
Otra estación con sus gentes y vendedores en una tarde que parece eterna, cuando abordan las personas cada escalón chirrea al peso de los pasos y la vieja alfombra de color rojo de la cual nadie se percata recibe al ritmo del metal soportando el peso del pasajero que entra con parsimonia del que no lleva prisa, la veo, contemplo el espacio y aparece por detrás del ultimo asiento junto a la puerta de acceso, una mujer que bolsa en mano y con pasos cortos y certeros asciende a este espacio, haciéndome salir del trance.

Si sube los escalones desconfiada, levanta la mirada hacia el interior del tren como quien buscara algo que no perdió; camina lentamente por los asientos numerados al costado con números de madera, sonríe aliviada al localizar su butaca, alumbrando el espacio con su risa, con su cabello en coqueto movimiento de cabeza, de un lado a otro y entonces sin advertir posa en mi sus ojos que abarcan el todo, mudo le observo expectante con la respiración contenida, su expresión en fría como el hielo lejano.

La ventana me ofrece el espectáculo previo a un anochecer y otro puente recorre bajo nuestros pies un rio seco de rojizas arenas, las aves taciturnas aletean en la lejanía, el aullido de un coyote o algún animal del lugar parece desaparecer al fondo de todo el ruido y silencio que el ambiente causa. Que lejos, si tan lejos, pero de quien o de que me pregunto, pero ignoro mis propias preguntas y tan solo me abstengo de contestar.

Desde mi posición soy mudo testigo de lo ocurrido, de la situación, de la extrema posibilidad de coincidir con alguien en condiciones abrumadoras, un caudal de sensaciones se desarrollan en aquel instante de lejanía momentánea. Siento como si la identidad me fallara ahí dentro de aquel tren absurdo que me lleva a un destino desconocido, me siento vulnerable pero a la vez dichoso por la ocasión.

Respiro y me mente recupera la cordura del caso, devolviéndome el balance de mis posturas y razonamientos. Veo por la ventana la tarde que empieza a convertirse en noche cómplice del tiempo que todo lo cambia; contemplo el horizonte con sus lejanas montañas que se ven lentas en su recorrido hacia lo desconocido, la mente me hace volar por llanuras y planicies semidesérticas como paisajes del sur, con picos nevados y quebradas de hierba mediana con arboles regados en conjuntos por aquí y por allá…

Devuelvo la vista hacia aquella aparición, la contemplo y es determinante la conclusión en mi mente, solo es otra mujer que no conozco.

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