viernes, 4 de octubre de 2013

Susurros del Autor (Cuentos Cortísimos)


1.
Levanto la vista extasiado, como queriendo mantener un segundo más la insignia, la sensación que le recorría toda la espina dorsal, la sensación que jamás en su vida había probado.
La sensación que se amalgamaba con todas y ninguna.
                Estaba muriendo…

2.
Extrañarla es como estar en una tienda de gelato y querer viandar fondue con champiñones…
Con vino tinto y pan tostado.
-Fin-.

3.
A mi colchón de urgencia y desconcierto, a ese colchón que tu bien conoces de realidad y de novela, le hacen falta tus antojos, y a mis oídos
A mis oídos…
                Pues a mis oídos, le hacen falta tus gemidos.

4.
Trotaba por la vereda, miraba árboles, flores, maleza verde cruda, áspera, fría, sola inmutable.
Violencia pasional que entraña el paso del tiempo y la verdad de las mentiras.
Estaba viendo hacia dentro, de sí mismo.

5.
Tras la crítica periodística y el ensayo literal, síntesis poética, el teatro y las variantes de arte de calle; que alimentaron el repertorio de mis tristezas. Jugar a las canicas en la acera de la calle, frente a la casa, sigue siendo mi deporte extremo favorito.
                Claro, después de amar a una o dos mujeres…

6.
Aquella tarde lluviosa, frente al ordenador y las teclas que reclamaban palabras, recordó días soleados y besos apasionados, caricias suaves, sexo salvaje.
Se recordó que estaba olvidando de como sabia en el paladar de la existencia, todas esas cosas….

7.
La ventanilla del auto empañada por el jadeo y el sudor, le confirmo que no estaba solo.


8.
Tras la trifulca colectiva, y el ímpetu general de la osadía compartida, sucedió el silencio. La habitación estaba vacía, la multitud complacida y la sangre en el suelo, como premonición de un futuro no muy lejano, hizo de manifiesto que mañana alguien faltaría.

9.
Ella firma la amnistía o la declaración de una nueva guerra fría. De la tregua solo sé que es el prefacio de un nuevo beso, el desorden de sabanas viejas, el lagrimeo de mi ojo izquierdo (el que sabe llorar –bien-) y la conclusión indolente de un nuevo régimen de caricias.

10.
Sé de súbito y no de improviso. Que este es el epílogo de mi canción.




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